El precio de la arrogancia

  • 16 noviembre 2017

El pasado fin de semana, una de esas noches con mal tiempo y con poco más que hacer que disfrutar de la compañía de la familia, una buena cena y una manta, nos pusimos a ver una película, y resultó ser “el médico”, basada en la novela de Noah Gordon. Si no la habéis leído, es una gozada. De esas que me gustan a mí; enganchan, son largas (así que duran mucho) y encima forman parte de una trilogía así que tienes dos más para cuando se acabe la primera (aunque tengo que reconocer que los dos siguientes no me gustaron tanto.

El libro no es el tema en cuestión, sino una conversación que me llamó la atención en una de las escenas de la película. Para poneros en situación, tenemos a un estudiante ante un gran maestro (en este caso en el campo de la medicina) y el segundo básicamente le dice que después de décadas de estudio de las estrellas, el cuerpo etc… no hace más que darse cuenta de lo poco que sabemos, de la grandeza que nos rodea. El alumno le pregunta si esa grandeza no le abruma, si no le agobia saber todo lo que nos falta por descubrir, por conocer y estudiar, y el maestro, un gran sabio, le contesta que no, que solo le invita a maravillarse aún más.

 

Esta novela está ambientada en el Siglo XI, hace mucho mucho tiempo, y sé que desde entonces hemos aprendido y descubierto muchísimas cosas sobre el cuerpo, nuestra historia (que por supuesto hemos ido creando), sobre el ser humano, sobre el universo etc… También sé que seguimos teniendo grandes sabios que siguen investigando con la mente abierta y con ganas de seguir aprendiendo, pero a veces tengo la sensación de que sentimos que ya lo sabemos todo.

 

En el día a día actuamos como si todas las preguntas tuviesen respuestas y no aceptamos que la mayoría de las preguntas que nos hacemos, incluso en temas tan vitales como la salud, tienen un “no lo sé” por respuesta;

Nos queda mucho por aprender y descubrir, y para poder seguir descubriendo tenemos que mantener esa ilusión por seguir descubriendo. La mente abierta, la actitud de un niño y no la arrogancia del que ya lo sabe todo y del que sabe que “su” verdad es “la” verdad, porque eso no deja espacio para aprender. Al fin y al cabo, ¿qué sentido tiene seguir aprendiendo si ya lo sé todo?

 

Una vez más sé que todos sabemos esto, pero lo difícil está en aplicarlo… en la práctica. No bastan las palabras porque lo que cuentan son las acciones. ¿Cuándo fue la última vez que te abriste a un nuevo paradigma, a una nueva manera de pensar o a la posibilidad de que lo que haces a diario sea tal vez solo una manera de hacer las cosas?

 

Es parte de mi trabajo todos los días. Descubrir maneras, analogías, historias y preguntas que poder hacer a las personas en la consulta cada día para que simplemente se planteen que tal vez, lo que creían hasta ahora no era la “única” verdad. Que abran su mente a otras posibilidades, a seguir aprendiendo… y desde un conocimiento más amplio, decidan lo que quieren… Eso supone que puedan elegir quedarse donde estaban, y eso lo acepto y lo respeto, pero por lo menos que lo elijan desde el conocimiento y la apertura de mente.

Ahí va un reto más. Tal vez más que un reto sea un deseo:

  • que nuestra mente no se cierre a lo que no conocemos
  • que aceptemos, como decía el gran Sócrates: “yo solo sé que no sé nada”
  • que escuchemos antes de decidir
  • que entendamos, en lo relativo al cuerpo, que a pesar de los grandes avances que se hacen a diario en tecnología, el cuerpo es mucho más inteligente que cualquier máquina (si no, no habríamos llegado hasta el siglo XXI, ¿no?
  • que la arrogancia nos impide aprender y por tanto descubrir un posible camino que tal vez nos acabe gustando más
  • que recordemos que la información es poder
  • y por supuesto, que lo que vayamos descubriendo, merece la pena compartirlo, aunque solo sea con una persona 🙂

Ahí os dejo con mi deseo-reto.

Un abrazo de corazón a corazón

Ana

P.D.: ¿No os parece alto el precio que pagamos por la arrogancia? A mí desde luego sí…

About This Author

Al terminar mi cuarto año de medicina tuve mi primer contacto con la quiropráctica, y al profundizar en su conocimiento encontré un nuevo sentido a todo.

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